Monday, July 31, 2006

Ruinas

Las imágenes que nos llegan de la guerra del Líbano están repletas de muertos, y detrás de ellos suelen aparecer restos de edificios destruidos. Nos muestran las ruinas del ser humano, que incapaz de construir puentes entre los pueblos, dedica buena parte de su inteligencia a la destrucción. El armamento de los países es cada vez es más potente, y parece que ya existen bombas para aniquilar a la humanidad entera en cuestión de segundos. A veces me pregunto qué pasará por la cabeza de los que inventan esas bombas. O si los gobernantes que las poseen se habrán parado a reflexionar que al hacerlas estallar para quedar por encima de otros, lo único que va a prevalecer es la muerte, y no ellos. Entonces no importarán las ruinas.

Con la reputación no se juega

Viernes por la mañana. Te levantas, sales a la calle y vas a trabajar como un respetable miembro de la Policía Nacional. Esa misma tarde, vuelves a casa convertido en un agresor sexual. Esto es lo que le ha ocurrido a tres policías que trabajaban Centro de Internamiento de Extranjeros en Málaga. Qué tremendo!, ¿cómo se puede abusar de ese modo de una posición de poder? Pasan por mi mente todos los tópicos sobre policías violentos que he oído a lo largo de mi vida. Recuerdo con dolor la situación de sumisión que han sufrido las mujeres a lo largo de la historia. Me provoca repugnancia que una persona preparada para velar por la seguridad de los ciudadanos sea capaz de traicionar de esa forma su ética profesional.

Luego leo que los policías niegan las acusaciones y que el secretario provincial del Sindicato Unificado de Policía, Manuel Beain, afirma que no hay pruebas, por lo que se debería tener en cuenta que gracias a estas acusaciones estas seis mujeres podrían lograr la residencia en España. Entonces recuerdo la presunción de inocencia y la luz de una duda aparece al fondo de mis pensamientos. Vuelvo atrás, y recupero las imágenes de los inmigrantes que llegan en precarias barcas a las Islas Canarias, de aquellos que saltaban la valla de Melilla y se dejan la piel, de los que entran con bolas de cocaína en el estómago aún a riesgo de perder la vida… Comprendo. La desesperación de tales actos es fácilmente comparable a la de acusar a alguien en falso. Sin embargo, no se debe jugar con la reputación. No hay diferencia entre el respeto que se debe a esas mujeres y a su integridad sexual y el que se debe a los policías honrados que ven truncado su futuro. Por ello no hay que jugar con ninguno de los dos.

Si han existido abusos, que siga adelante el proceso judicial y que se condene a los culpables, sin lugar a dudas. Ahora, si todo ha sido una manera de lograr la residencia. ¿Quién lavará la reputación de esos policías? Cómo evitar las miradas sospechosas de vecinos, conocidos e incluso familiares. Sacar ventaja de una situación de inferioridad no ha llevado nunca a ningún avance dentro del reconocimiento de derechos, creo yo. No hay que dudar en denunciar una situación de abuso, sea sexual o de cualquier otro tipo. Pero tampoco es lícito crear la desconfianza respecto a la reputación sexual de una persona, ya que ése es un agujero negro que una vez abierto es difícil cerrar.

A la deriva

El piloto de la aeronave espacial Tierra ha perdido el control. Se le está agotando el combustible y los pasajeros están sublevados porque los de turista, con sus rodillas pegadas a la barbilla, ven pasar bandejas repletas de manjares hacia la cortina que cierra la zona de Business. Un grupo de sublevados se agolpan ante las cortinas tratando de alcanzar alguno de los pastelillos de crema que han sobrado en las bandejas. Los pasajeros de Business acaparan sus viandas porque no saben cuánto durará el viaje. El llanto de un niño hambriento se oye por encima de todo el alboroto.

Una azafata informa por el altavoz de que el piloto ha perdido la orientación y hay que decidir el rumbo a seguir entre todo el pasaje. Se forman grupúsculos y comienza la negociación. Un grupo de ejecutivos ofrece sus teléfonos móviles con conexión vía satélite para llamar a la torre de control y que le indiquen el rumbo. A cambio, exigen alimentos y mantas. Otros cuantos sugieren que se sorteen los paracaídas disponibles para que se salven algunos. Algunos más abogan por seleccionar a los más preparados para asesorar al piloto. Los de más allá consideran que sería mejor que todos recen las oraciones que conozcan para que algún Dios sin entretenimiento decida el rumbo del pasaje. Algunos tratan de abrir la puerta de emergencia para saltar al vacío. La azafata trata de atender a todas las propuestas, pero cada uno habla en su idioma, sin escuchar al de al lado, sin atender a razones.

Yo no he comprado el billete para este pasaje, pero aquí estoy, rodeada del caos, y tratando de buscar en mi equipaje de “recuerdos y sueños” una respuesta a todo esto. Pero mis respuestas aprendidas no sirven para estas preguntas. Necesito otras miradas para comprender la situación, y lograrlas es tan difícil como eliminar todos mis prejuicios, hasta los que no he reconocido aún.

Todos estamos a bordo de esta aeronave a la deriva. Confundidos, tratando de aclarar el caos que nos rodea y saber cuál es el camino a seguir. Todos partimos de esquemas aprendidos y cerrados, pero hemos de saber relativizarlos para llegar a un acuerdo. Estamos condenados a entendernos o a estrellarnos.

(A propósito de una conferencia ofrecida por el filósofo Javier Muguerza en los Cursos de Verano de El Escorial)